Me regalé un libro
seguro de acertar,
sin saber que en él
con cariño y alevosía,
escondió un poema
segura de acertar.
A Berna
viernes, mayo 13, 2005
viernes, mayo 06, 2005
Recuento de perros V
Cruzó el océano en una jaula de plástico, en la zona de la tripulación, privilegio de venir acompañando al piloto. Era un cachorro de color negro brillante que aun no sabía ni ladrar, y ya viajaba en primera clase. Cuando llegó al aeropuerto de Madrid, acurrucado en su jaula, sus quejas confundieron a una mujer que pasaba
-Perdone, ¿le puede enseñar su foca a mi hijo? Nunca ha visto una...
-Es un perro señora.
Y decidieron abrir la puerta, porque el animalito parecía aturdido y le vendría bien el aire. Apenas lo hicieron se escapó, y puso en jaque durante un buen rato a los servicios de seguridad de Barajas. Es normal que horas después, al llegar a casa, cayera exhausto en el cesto que le teníamos preparado, y en su primera foto aparezca plácidamente dormido.
Un sabueso elegante y con personalidad, solo podía llamarse Sherlock.
La personalidad pronto la demostró. Sherlock nunca se ha considerado menos que cualquiera de la familia. Si se le exige que haga algo que no le parece digno, protesta gruñendo indignado. Si llegan invitados y se le hace salir del cuarto, no lo hace de buena gana hasta que no se hace salir junto a él a alguno de los recién llegados. Llegó a aprender como usar los picaportes, y aun costándole por su altura, en ocasiones conseguía entrar en el salón si se le cerraba la puerta. También aprendió a pedir que se encendiera el aire acondicionado si pasaba calor. Pero nunca aprendió a ladrar como un perro, quizás por cambiar de idioma tan joven. Aun así, su gama de sonidos para indicar su ánimo pasa por todo tipo de gemidos, gruñidos o aullidos. Podría pasar por un perro arisco, pero solo es fachada. Prueba de ello fue su reacción cuando me ausenté un mes, y al volver, a agacharme a acariciarlo, puso sus patas en mis hombros, moviendo el rabo, lamiéndome como pocas veces ha hecho en su vida, y gruñendo sin parar.
Durante un par de años, estuvo solo, pero cuando llegó Watson, su vida cambio. Aquella bola de pelo que llegó y con la que jugaba con cuidado empezó a crecer hasta llegar casi a permitirle pasar por abajo. Y le ayudó a mantenerse en forma. ¿cómo dejar un solo resto de comida conviviendo con un ente de 80 kilos sin fondo en el estómago? ¿Cómo relajarse con un rival de tanta envergadura dispuesto a arrebatarle el mejor sitio para dormir,? ¿cómo jugar con a recoger objetos si para Watson el juego era pillarle a él?
Watson le dejó, pero él aun con doce años está siempre dispuesto al juego, retando si se tercia a cualquiera, cogiendo una bolsa de plástico con el filo de los dientes, a ver quien es capaz de quitársela.
-Perdone, ¿le puede enseñar su foca a mi hijo? Nunca ha visto una...
-Es un perro señora.
Y decidieron abrir la puerta, porque el animalito parecía aturdido y le vendría bien el aire. Apenas lo hicieron se escapó, y puso en jaque durante un buen rato a los servicios de seguridad de Barajas. Es normal que horas después, al llegar a casa, cayera exhausto en el cesto que le teníamos preparado, y en su primera foto aparezca plácidamente dormido.
Un sabueso elegante y con personalidad, solo podía llamarse Sherlock.
La personalidad pronto la demostró. Sherlock nunca se ha considerado menos que cualquiera de la familia. Si se le exige que haga algo que no le parece digno, protesta gruñendo indignado. Si llegan invitados y se le hace salir del cuarto, no lo hace de buena gana hasta que no se hace salir junto a él a alguno de los recién llegados. Llegó a aprender como usar los picaportes, y aun costándole por su altura, en ocasiones conseguía entrar en el salón si se le cerraba la puerta. También aprendió a pedir que se encendiera el aire acondicionado si pasaba calor. Pero nunca aprendió a ladrar como un perro, quizás por cambiar de idioma tan joven. Aun así, su gama de sonidos para indicar su ánimo pasa por todo tipo de gemidos, gruñidos o aullidos. Podría pasar por un perro arisco, pero solo es fachada. Prueba de ello fue su reacción cuando me ausenté un mes, y al volver, a agacharme a acariciarlo, puso sus patas en mis hombros, moviendo el rabo, lamiéndome como pocas veces ha hecho en su vida, y gruñendo sin parar.
Durante un par de años, estuvo solo, pero cuando llegó Watson, su vida cambio. Aquella bola de pelo que llegó y con la que jugaba con cuidado empezó a crecer hasta llegar casi a permitirle pasar por abajo. Y le ayudó a mantenerse en forma. ¿cómo dejar un solo resto de comida conviviendo con un ente de 80 kilos sin fondo en el estómago? ¿Cómo relajarse con un rival de tanta envergadura dispuesto a arrebatarle el mejor sitio para dormir,? ¿cómo jugar con a recoger objetos si para Watson el juego era pillarle a él?
Watson le dejó, pero él aun con doce años está siempre dispuesto al juego, retando si se tercia a cualquiera, cogiendo una bolsa de plástico con el filo de los dientes, a ver quien es capaz de quitársela.
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