La culpa no era suya, lo reconocía, no le
guardaba rencor. Se lo explicó antes de hacerlo. Sería manía, superstición, o el peculiar y evocador aroma de su marca de te favorita, Surbih Tong. Pero jamás era capaz de descuartizar a nadie y disfrutarlo si no había merendado antes.
Recordando el Surbitón
viernes, noviembre 30, 2007
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