miércoles, febrero 01, 2006
Invisibles
Algunos amigos invisibles decidieron alegrarme la apertura diaria del buzón, callando facturas y publicidades variadas. El asunto no podía quedar así. Busque a Sherlock, mi sabueso. Le di a oler las cartas y él movio el rabo con fuerza. Había reconocido el rastro. "¡Busca!" le dije. Pero tenía que estar compinchado. Tan solo refregó el hocico un poco contra mis espinillas, y se hizo el loco. Se tumbó al sol, dispuesto a guardar el secreto, el muy traidor. Supongo que tendré que conformarme con el secreto. Y con dar las gracias.
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