domingo, junio 10, 2007

La Copa (antiguo)

Dormía anoche desde temprano. Desde mi habitación en la primera planta sentía vibraciones periódicas, lo noté al acostarme. El metro, supuse, o las obras cercanas que seguían de noche, espoleadas por plazos leoninos o electorales. Ese fue mi último pensamiento. En algún momento llamaron a la puerta con fuerza. Sobresaltado salté de la cama y abrí. Había un tipo alto, de chaqueta y corbata

-Vamos a tomar una copa- me dijo
-¿Disculpe? No le conozco.
-¿Y eso que importa? Le invito a una copa. Vístase.
-Se lo agradezco, pero no bebo
-No sea ridículo. Le espero en recepción.

Empecé a reaccionar tarde. Trenes, viajes, llamadas. Se puede tener jet-lag sin cambiar casi de ciudad. Cuando pensé en mandarle a la mierda ya estaba vestido. Miré con melancolía la cama deshecha, pero cuando salí de la habitación ya estaba preguntándome que demonios quería ese tipo. Me esperaba ojeando la publicidad del hotel, con visible impaciencia. Se despidió del recepcionista con un gesto de la mano y estaba en la calle sin apenas esperarme. Tuve que acelerar el paso para ponerme a su par. Caminaba con las manos en los bolsillos

-¿Tiene algún local preferido?
-No, no soy de aquí

Gruñó un poco. Callejeó decidido y antes de darme cuenta entrábamos en un pub solitario. Se acercó el camarero y le pidió un Ballantine's con agua. Yo pedí una tónica y me miró con sorna. En cuanto tuvo el vaso fue derecho a la mesa más alejada de la barra y se sentó, con la espalda en la pared. Levantó el vaso ligeramente, brindando, y en un segundo tenía la mitad en el estómago. Se quedó mirándome. Era un poco incómodo.

-¿Sabe?-me dijo- si a me sacaran de la cama sin avisar, me pediría algo más fuerte que una tónica.
-Seguramente. Yo, si sacara a alguien, le daría explicaciones pronto, para que no pensase que estoy loco.
-Jajaja. Ya veo. No tenía tiempo de buscar mucho. Ya sabe. Tenía que tirar por el camino rápido. La primera habitación que vi, la más cercana al ascensor. Eso es todo. En cualquier caso, no me creerá.
-¿Cómo?
-No me creerá. Y si me hubiera creído, no viene. Si yo le digo, 'amigo, usted no lo sabe, pero puede salvarme la vida', ¿Qué me dice?
-Que me cuente cómo. Que me diga por qué
-¿Por qué? ¡Y yo que se! Si lo supiera. Pero es cierto. Verá. Yo nací en Río Tinto, un pueblo de Huelva. También en Santiago de Compostela.
-¿También?
-Si. Ahora mismo, con usted, lo más correcto sería decir que en Santiago. Es lo que diría mi documentación si se la dejara ver. Pero es tan cierta una cosa como la otra.
-¿Un accidente del que salio por poco?
-Es usted un poco gilipollas, me temo. Que mala suerte. ¿Le parezco el tipo de persona que dice melodramáticamente 'he vuelto ha nacer' por salir de un coche estrellado? Le he dicho que he nacido en Huelva y en La Coruña.
-Pues tendrá que explicarse, porque no es algo muy normal.
-No, que yo sepa no. Le explico. Por un lado nací en Río Tinto. Una familia humilde. Éramos siete hermanos, dos hermanas y seis abortos que tuvo mi madre. Mi padre era minero, claro. Yo era el mayor, y él no quería que fuera a la mina. Así que cuando cumplí los catorce me puso de aprendiz de Juan Gómez, un herrero amigo suyo desde niño. La vida no era fácil entonces, ¿sabe?. Pero más o menos, íbamos tirando. El trabajo era duro pero me gustaba. Y no llevaba aun un año cuando llegó el tipejo ese a Sevilla. Queipo. No me mire así, ¿Quiere?
-Perdone
-Mi padre llegó a casa serio, nos besó a cada uno de nosotros, a mi madre, y el 27 de julio del 36 fue camino a Sevilla para tratar de evitar lo inevitable. Nunca volvió. En una carretera lo mataron a él y a todos los amigos. Paco, el primo del herrero llegó a casa a dar la noticia. Me puso la mano en el hombro 'Tu ya eres un hombre. ¿Te vienes a luchar con nosotros?' Me fui, claro. Mi madre no quiso, pero no pudo detenerme. Los siguientes meses los pasamos de guerrillas.
Vivíamos en la Sierra, pasábamos la frontera con Portugal y puteábamos a los civiles como podíamos. Aprendí a matar. No crea, se aprende fácil. Al cabo de un tiempo, en Valverde, una noche, me pegaron un tiro. Como dolía. Caí rodando por un montecillo, y cuando abrí los
ojos estaba en mi cama, en el centro de Santiago. Por que yo nací también hijo de un médico gallego. Tenía quince años y era buen estudiante. Y no entendía como podía haber soñado en una sola noche toda una vida.
-Vaya. Pero, en sueños las cosas son tan extrañas a veces, ¿no? se puede soñar que se va uno de un sitio y que se llega, que se es hombre y mujer...
-No era un sueño. Podía pensarlo, una pesadilla. Pero, dios mío, los detalles. Los recordaba tan vivamente como podía recordar lo que había hecho el día anterior. Las imágenes de mi memoria eran tan exactas... olores, personas, hechos... me atormentaron durante días. No se lo conté a nadie, por supuesto. Pero era algo demasiado vivido. Tardé en dejar de pensar en ello.
-¿Como lo hizo?
-El tiempo. En un mes apenas pensaba en ello y al cabo de medio año dudaba que hubiera ocurrido. Pero al cabo de un año, esa noche, ocurrió de nuevo. Abrí los ojos. Una bombilla débil iluminaba desde el techo. Intenté incorporarme y por un lado del cuerpo me quemó una herida agarrada con unos puntos demasiado tensos. Por el otro estaba atado a la cama. Jadeé de dolor y miedo. Entró un militar. '¿Dónde se esconde el Cerreño?'. Le ignoré. Me dio un fuerte golpe con el puño en la herida y tras chillar me puse a vomitar por el dolor. La sangre salía con fuerza. Me agarró del pelo y me aseguró "Vas a hablar, tu sabrás cuanto quieres sufrir antes de que te pegue un tiro". Cuando desperté esa mañana en Santiago me sentía enfermo. Me levanté la
camisa. Busqué la herida de bala, las marcas de cigarros, me palpé los dientes. Yo era él, en algún momento. Busqué papel, apunté todos los detalles que pude recordar y dediqué unos meses a investigar lo que pude. Las fechas coincidían con unas refriegas en la sierra de Huelva de unas guerrillas que se resistieron al golpe militar. Pero no sabía quien era yo. No logré averiguar que había sido de mí. Tuve que esperar un año para saber algo más. De nuevo desperté, esta esposado en una silla. Me estaban interrogando y tampoco hablé. Ni al año siguiente. Es curioso, pero se llega a aceptar todo, se aprende a vivir con lo más raro. Asumí que en diciembre tocaba sesión de historia y poco a poco fui viviendo los interrogatorios y torturas, la parodia de un juicio. Pero cuando veinticinco años después del primer sueño tocaba la sentencia, decidí que no quería saberlo. Esa noche me senté en el sofá, cogí un libro, traté de distraerme. Me empezó a
vencer el sueño. Puse música, intenté ver cine. Se abrió la puerta y entro un cura. "Hijo, ¿quieres confesarte?" "Claro, padre. Confieso que son todos unos cabrones, unos traidores y unos mierdas. Confieso que si pudiera seguiría en el monte pegando tiros". "Como quieras. Mañana te fusilan". Y desperté sudando. De eso hace un año.
-Entonces, ¿hoy es el día en que sueña?
-En que vivo, si. Hoy vivo en el pasado, y si quedase dormido, me hubieran matado.- Miró el reloj -Pero después de todos estos años, he conseguido escapar. Ya no tengo sueño.

Y se marchó, dejándome solo en la mesa, con la cuenta por pagar.

agosto 2006

Para Jdj, que me infectó en el gusto de leer sobre historia


miércoles, junio 06, 2007

Desorden

     Hace un par de meses, la placa de mi ducha apareció descascarillada. El esmalte había saltado dejando una fea marca semicircular sin yo saber porqué. Dos semanas después, al ducharme, el teléfono se me escapó, cayendo justo en la marca del esmalte.

   Hace unas semanas tuve un tremendo ataque de nostalgia. Ayer te conocí.

viernes, junio 01, 2007

Restos

Hago recuento. El índice de la mano derecha, un siete. Fueron cuatro puntos. Se rompio la tapa de la cisterna al ponerla, y un trozo quedó clavado. Tardé algunos meses en poder doblar completamente el dedo. En el pulgar es un leve arco. Fue un cuter que partiendo algo duro se rompio, pero hubo suerte, solo dos puntos. En el centro de la palma un simple resto, igual que en el medio. Fue la correa del perro, un día que intentó salir corriendo y le tuve que coger por la cuerda de nylon. En los nudillos son difusas. Fueron quemaduras, no recuerdo si de cuando me salio la mano ardiendo con alcohol o de un encuentro con sosa caustica. Y casi en la muñeca, hay dos redondas y una curva que forman una sonrisa. Las redondas, plástico ardiendo de otro experimento. El arco, una valla metálica.
En la otra mano demuestro que soy diestro. Solo hay tres. Nueve puntos necesité en la que recorre mi meñique de arriba a abajo. Intentaba arreglar el calentador de agua. Una fina en el pulgar, larga, fue agarrando un cristal no muy bien pulido, y otra de un corte de cuchillo que se escapó cortando, quizás jamón. En la cadera, larga, me la hice saltando desde la litera, sin darme cuenta que había un cajón abierto. En la rodilla derecha hay dos, creo. Una por rozar un tubo de escape de un autobus, en verano, y otra por caerme en un campo de cesped artificial algo viejo, durante un partido. Pura lija.  En la pierna un par de difusas, estaño que cayó soldando algún cacharro. En la oreja, el resultado de correr en bicicleta demasiado cerca de rosales. En el pie, una con forma de estrella. Una picadura de araña de mar, que se infectó. Cerca del codo, un roce en una piscina. Hasta aquí, las que veo.

Las que duelen solo las recuerdo.