jueves, junio 29, 2006

Ciencias

En algún momento uno decide, o se encuentra, cursando unos estudios que se supone, marcarán su vida, le darán su profesión, marcarán su tiempo. Uno duda al elegir. Medicina, periodismo, informática, derecho, arquitectura. Y elige lo que considera mejor para si.

Sin embargo, creo que de verdad, de verdad, de haber podido elegir,yo hubiera elegido estudiar ciencias del mar. Tan solo por entender a Beatriz.

Beatriz llegó un verano a la ciudad para visitar a Sonia, su prima. Sonia era una buena amiga nuestra, y sin embargo no nos avisó del peligro inminente. Por tanto, cuando aquella noche entré en el bar donde habiamos quedado todos para tomar una cerveza, no iba preparado para el impacto de sus ojos color miel. No hice más que pisar el bar y me atrajo su mirada inevitablemente. Ella hablaba con Sonia, y tratando de no tropezar me acerqué con inquietud. Nos presentó

-Encantada
-Y yo

Mentí. No estaba encantado. Estaba tremendamente asustado, porque si desde lejos me habían llamado sus ojos, fijos en mi, me tenían desarmado. Nos quedamos un momento en silencio, hasta que sonriendo decidió seguir hablando de la familia con su prima. Pronto llegaron cinco o seis amigos más, y nos enganchamos en charlas anodinas. No entendía lo que me había pasado en el primer momento. Estaba algo enfadado conmigo. "no eres un niño ya,", me decía. Estabamos en la calle Betis, justo a la orilla del Guadalquivir. Esa zona es propensa para cambiar mucho de bares charlando, tomando copas, riendo. Todo marchaba perfectamente, hasta que de alguna manera, me vi hablando a solas con Beatriz. Nos dirigiamos a un bar algo alejado, y antes de darme cuenta caminaba justo a mi lado.

-No hemos hablado mucho, ¿eh? -me dijo.
-¿No? No me he dado cuenta. Lo siento. Bueno. Ahora nos resarcimos.¿Conocías Sevilla?
-No. Nunca había estado
-Vaya. ¿Y te gusta?
-Si. Algunas cosas más que otras.

Y me dejó indefenso de nuevo, no solo manteniendo la mirada. Me sonrio a traición. Intenté seguir hablando.

- Oye, ¿te han dicho algo del sábado? Ibamos a ir a la playa, a Cádiz. ¿Vendrás?
-No, gracias. Iré en septiembre, cuando comience el curso. No quiero perderme la sorpresa- me miró- Nunca he visto el mar.
-¿No? ¿de dónde eres?
-De Mérida. No tenemos playa, ¿sabes?
-Claro, pero aquí tampoco la tenemos. Y ¿no tienes curiosidad por ir?
-Mucha. Llevo toda mi vida soñando con pisar la arena, con dejarme ir por las olas. Quiero llegar de noche, y que no haya nadie. Voy a estudiar ciencias del mar para tener excusa de no alejarme nunca de la costa.
-Vaya. Una apuesta arriesgada. ¿y si no te gusta?
-Me gustará. Somos el mar ¿sabes? Somos saquitos de elementos químicos en suspensión, nuestra sangre simula ser el mar y nuestras células navegan sin parar.

Me miró de nuevo, tan cerca. No pude escapar. La sensación de sus ojos, entendí entonces, era la misma que sentí al bañarme en alta mar la primera vez. Al estar rodeado de agua y no ver la costa en ninguna dirección, al entender que era un invitado. Esa noche era el invitado de Beatriz, que como la marejada me había separado del resto para jugar un rato, sin yo darme cuenta. Y al amanecer, desapareció sin dejar rastro.

Si. Beatriz era el mar. Y sabía a Mediterraneo

martes, junio 27, 2006

La rueda

De una tarde de paseo por la sierra me traje una mazorca imposible que encontré en medio de un prado. En casa la deshice grano a grano y los planté en fila atrás, en lo que entonces era el jardín abandonado. Muchos arraigaron y fueron creciendo con sus penachos blancos. Tuve una bonita cosecha e hice un trato. Las panochas irian a Daysy, la vaca de Conso, a cambio de algo de leche cada mañana. Esa leche fue la que crió al bueno de Socio, al que al poco encontré recién nacido en un saco, donde ya habian muerto sus cuatro hermanos. Durante un mes pensé que no viviría. Gota a gota le vertía la leche tibia en la boca sin que él hiciera caso. Pero una mañana empezo a beber con furia y a aumentar de tamaño. Ciclon en casa, terror de zapatillas, Todo juego y cariño, pura travesura. Paseos y confidencias, el orejudo me siguio durante años a donde fui con aires de sabiduria, de no fiarse de dejarme solo en ningun paseo, de no consentir que me perdiera. Una mañana, ya viejo, lo encontré frío, y entre lágrimas lo enterre justo al lado de la puerta. Sobre su tumba plante un rosal, que en duelo no floreció el primer año. Ni el segundo. No lo hizo hasta el tercer verano. Cuando por fin la primera flor se abrió, la corté. Le quité las espinas justas para agarrarla apenas sin pincharme y fui a buscarla por fin, seguro ya de haber encontrado el regalo suficiente para decirle cuanto la quiero

sábado, junio 17, 2006

La plaga

Caminando por la calle, en hora punta, poco a poco voy dándome cuenta de algo extraño. Todos con los que me cruzo me dirigen una sonrisa. Necesito de un semáforo y un brillante coche parado para saber el motivo. Mi sonrisa llamaba las suyas.



Para Pack, orfebre de sonrisas