martes, junio 27, 2006

La rueda

De una tarde de paseo por la sierra me traje una mazorca imposible que encontré en medio de un prado. En casa la deshice grano a grano y los planté en fila atrás, en lo que entonces era el jardín abandonado. Muchos arraigaron y fueron creciendo con sus penachos blancos. Tuve una bonita cosecha e hice un trato. Las panochas irian a Daysy, la vaca de Conso, a cambio de algo de leche cada mañana. Esa leche fue la que crió al bueno de Socio, al que al poco encontré recién nacido en un saco, donde ya habian muerto sus cuatro hermanos. Durante un mes pensé que no viviría. Gota a gota le vertía la leche tibia en la boca sin que él hiciera caso. Pero una mañana empezo a beber con furia y a aumentar de tamaño. Ciclon en casa, terror de zapatillas, Todo juego y cariño, pura travesura. Paseos y confidencias, el orejudo me siguio durante años a donde fui con aires de sabiduria, de no fiarse de dejarme solo en ningun paseo, de no consentir que me perdiera. Una mañana, ya viejo, lo encontré frío, y entre lágrimas lo enterre justo al lado de la puerta. Sobre su tumba plante un rosal, que en duelo no floreció el primer año. Ni el segundo. No lo hizo hasta el tercer verano. Cuando por fin la primera flor se abrió, la corté. Le quité las espinas justas para agarrarla apenas sin pincharme y fui a buscarla por fin, seguro ya de haber encontrado el regalo suficiente para decirle cuanto la quiero

3 comentarios:

polytika dijo...

Daniel, tu sensibilidad estremece. Especialmente a nosotros los insensibles de pluma

Anónimo dijo...

Bueno, espero que no te enojes por lo que voy a decirte. He cortado y pegado tu texto (con tu nombre, desde luego) y lo tengo en las tripas del ordenador. Nunca se sabe cuándo nos hará falta una rosa y, como se decía en "El cartero de Pablo Neruda": una poesía (en prosa ésta) no pertenece a quien la ha escrito, sino a quien la necesita.

Anónimo dijo...

Hay algo muy bonito en este texto. Quizás parte de su secreto (sin querer con esto explicarlo) es que discurre a veces como una fábula (por momentos me recordó al cuento de la lechera), pero poco a poco gana en profundidad. En realidad, los renglones forman como una escalera, casi como la vida, que empieza en la luz y, luego sin saberlo va profundizando y nos sumerge más allá de la línea de sombra que describiera Conrad. Pero como iba diciendo, ese contrapunto entre la forma narrativa casi de cuento y los objetos tan cercanos y tangibles crean una pieza perfecta.