viernes, abril 08, 2005

Recuento de perros IV

Lady. Un bello martín del pirineo blanco con un antifaz negro y un hermano mascota de la legión. Llegó siendo una bola de pelo y pronto se convirtió en mi almohada si me tumbaba en la alfombra a ver la televisión. Aun hoy me puedo maravillar recordando como durante años jugué a pelear contra ella, y por más que le metiera las manos en las fauces o que ella me inmovilizara tumbándose sobre mi para mordisquearme el pelo, jamás me hiciera ni un rasguño, aunque que pesase tres veces más que yo.

Para definirla bastaría contar como saltó desde un primero al ver que mi padre acariciaba a otro perro: Lealtad y cariño sin límites, con poco criterio. Nunca aprendió a obedecer ni entender ninguna orden, pero siempre que pudiera sentirme mal aparecía para poner su cabeza en mis piernas. En algún lugar tengo fotos de ella, enterrada en arena hasta el cuello, feliz de jugar con nosotros en el verano del 82. O con un gorro y serpentina durante un fin de año.

Cada mañana mi madre preparaba dos tostadas. Una, de pan del día, para ella. Otra, del día anterior, para Lady, que esperaba paciente su desayuno.

Después de los diez años algo empezó a ir mal bajo su oído, y el tumor fue poco a poco haciéndola torpe, quedando fuera de control su ojo izquierdo. Pero hasta el último día no se cansó nunca de recibir caricias y dar cariño.
Una mañana me levanté sabiendo que no debía ir a verla y cuando volví de clase, escuché como mi madre la enterró envuelta en la vieja colcha de mi cama.
'Para que esté siempre con algo tuyo'
Yo siempre tendré algo tuyo, vieja mula.

martes, abril 05, 2005

Recuento de perros III

Tortuguita saltó un día entre las rejas de la verja de casa y empezó a ladrar indignado: Ya había un perro viviendo con la familia que él había elegido adoptar.
Sin embargo, pronto él y Starsky se hicieron compañeros de aventuras y pasaban días desaparecidos juntos. Tortuguita utilizaba su pequeño tamaño para entrar por todas partes según sus deseos. Todo cuanto veía era suyo. Un día descubrió que un vecino tenía gansos, y se trajo hasta casa arrastrando del cuello a un aterrorizado animal que era tres veces más grande que él. Mi padre lo tuvo que devolver a su dueño, pero no importaba. Ya lo volvería a traer otro par de veces, hasta que el vecino puso una malla de alambre entre sus rejas. Cada mañana mi madre me llevaba en el cochecito mientras ella llevaba a mis hermanos al colegio, y tortuguita nos acompañaba. Si llovía, saltaba dentro conmigo, y era bienvenido.
Un día dejo de aparecer por casa, y tardaron años en reconocerme que Tortuguita un día decidió tomar por suya una calle en la que dormir al sol. Y que resultó ser demasiado transitada.

viernes, abril 01, 2005

Recuento de perros II

Yo fui el primero en conocer a Starsky.
Tendría 3 ó 4 años, y una chica se asomó a la verja de mi casa, viéndome jugar en el jardín
-¿Quieres un perro?
-Si.
Y metió al cachorrillo entre los barrotes, para que yo lo pudiera coger. Se quedó con nosotros. Era un perro sin raza, listo y cariñoso, de largo rabo y orejas de murciélago. Un verano, en una casa alquilada en la playa, mi madre le derramó por accidente agua caliente en el lomo, lo que le provocó un característico triangulo de pelo sobresaliente en el lomo, que le acompañaría de por vida.
Pronto Starsky descubrió la calle, y de vez en cuando se ausentaba días y días, para volver herido, enfermo, lleno de chinchorros, cansado o hambriento, pero siempre muy contento de vernos. Años después me enteré que era la pesadilla de muchos vecinos míos, ya que siempre encontraba la manera de entrar en sus casas y seducir a la carísima perrita de pura raza y pedigrí rancio que ellos esperaban cruzar pronto. Ellas aprobaban su visita, sin duda atraídas por su canalla encanto.
Starsky era además eficaz cazador de ratas, y mantuvo a raya a todas aquellas que intentaban entrar en mi casa desde el monte cercano. Las dejaba con cariño junto a la puerta, con el cuello roto, para que dispusiéramos de ellas como quisiéramos.
El plato preferido de Starsky eran las patas de pollo con arroz largo, plato que le preparaba mi madre en una gran olla y que él empezaba a comer inevitablemente por los dedos, sin darle problema alguno ni las uñas de las aves ni la supuesta peligrosidad de los huesos huecos. Yo podía quitárselas de la boca, y él tan solo iba a buscar otra de su escudilla, sin mostrar ni de lejos disgusto por compartir su comida conmigo.
Un día, nos advirtió un vecino "Vuestro perro está muerto en la calle, cerca de la placita". Fuimos a buscarlo, pero ya no estaba. Al llegar de vuelta nos esperaba junto a la verja. No estaba muerto, y se había arrastrado hasta casa. La hemorragia interna que tenía era provocada por matarratas, y mi padre le inyectó, además del antídoto, un sedante, para que no tuviera dolores. Él luchó por su vida junto a nosotros pero al día siguiente lo enterramos junto a la dama de noche, en una esquina del jardín.

Para Nadie, con toda la envidia del mundo, y para su Starsky tocayo también.