viernes, abril 01, 2005

Recuento de perros II

Yo fui el primero en conocer a Starsky.
Tendría 3 ó 4 años, y una chica se asomó a la verja de mi casa, viéndome jugar en el jardín
-¿Quieres un perro?
-Si.
Y metió al cachorrillo entre los barrotes, para que yo lo pudiera coger. Se quedó con nosotros. Era un perro sin raza, listo y cariñoso, de largo rabo y orejas de murciélago. Un verano, en una casa alquilada en la playa, mi madre le derramó por accidente agua caliente en el lomo, lo que le provocó un característico triangulo de pelo sobresaliente en el lomo, que le acompañaría de por vida.
Pronto Starsky descubrió la calle, y de vez en cuando se ausentaba días y días, para volver herido, enfermo, lleno de chinchorros, cansado o hambriento, pero siempre muy contento de vernos. Años después me enteré que era la pesadilla de muchos vecinos míos, ya que siempre encontraba la manera de entrar en sus casas y seducir a la carísima perrita de pura raza y pedigrí rancio que ellos esperaban cruzar pronto. Ellas aprobaban su visita, sin duda atraídas por su canalla encanto.
Starsky era además eficaz cazador de ratas, y mantuvo a raya a todas aquellas que intentaban entrar en mi casa desde el monte cercano. Las dejaba con cariño junto a la puerta, con el cuello roto, para que dispusiéramos de ellas como quisiéramos.
El plato preferido de Starsky eran las patas de pollo con arroz largo, plato que le preparaba mi madre en una gran olla y que él empezaba a comer inevitablemente por los dedos, sin darle problema alguno ni las uñas de las aves ni la supuesta peligrosidad de los huesos huecos. Yo podía quitárselas de la boca, y él tan solo iba a buscar otra de su escudilla, sin mostrar ni de lejos disgusto por compartir su comida conmigo.
Un día, nos advirtió un vecino "Vuestro perro está muerto en la calle, cerca de la placita". Fuimos a buscarlo, pero ya no estaba. Al llegar de vuelta nos esperaba junto a la verja. No estaba muerto, y se había arrastrado hasta casa. La hemorragia interna que tenía era provocada por matarratas, y mi padre le inyectó, además del antídoto, un sedante, para que no tuviera dolores. Él luchó por su vida junto a nosotros pero al día siguiente lo enterramos junto a la dama de noche, en una esquina del jardín.

Para Nadie, con toda la envidia del mundo, y para su Starsky tocayo también.

1 comentario:

Juan Nadie dijo...

Con el vello aún en pie, aplaudiendo, y los ojos humedecidos, agradezco hondamente el relato. No puedes imaginar la de connotaciones que tiene, lo que remueve en mi interior, las similitudes con la historia real de mis perros... Algún día quizá te cuente la historia entera que, por dolorosa, ha dejado en mí huellas que aún hoy lastiman, por mucho que intente almacenarlas en lo más recóndito de la memoria.

Es lo fantástico de contar historias, escritas, cantadas, visionadas... Nunca el autor puede adivinar el efecto que va a tener su creación al mezclarse con las vivencias personales del público. Es más. Se trata de una obra distinta para cada individuo que, tras exprimirla y sacarle el jugo la mezcla con su sangre y se la bebe, obteniéndo un cóctel de sabor inesperado.
Por eso no debemos dejarlo.